jueves, abril 06, 2006

A la conquista de Roubaix.

¿Qué tendrá el infierno para que los ciclistas acudan a él? Este fin de semana se disputa la París Roubaix, una carrera a medio camino entre el ciclismo en blanco y negro de los Merckx, De Vlaeminck o Van Steenbergen y la actualidad de estos últimos años con Museeuw, Boonen o Ballerini. Por medio nombres de la talla de Gilbert Duclos Lasalle, Marc Madiot, Sean Kelly o Bernard Hinault. Pero ¿qué tiene Roubaix que tanto atrae al ciclista? El auténtico ciclista, aquel que ama y respeta su profesión, sabe que Roubaix es un mito, una prueba que se disputa desde 1896, que supera las 100 ediciones (se cumplirán 104 este año), y que es uno de los últimos vestigios del ciclismo de antaño, cuando los héroes del pedal atravesaban el norte de Francia por auténticos pedregales, acompañados más que por el polvo si no llovia, o el barro y el frio si el agua hacía acto de presencia. Roubaix es un monumento al ciclismo, un llamamiento a las antiguas tradiciones ciclistas tan olvidadas hoy día. Los tramos de pavé que salpican el recorrido son escenario de las luchas más justas entre ciclistas que podemos vivir cada temporada. El equipo es casi un adorno en esas zonas, sólo cuenta la fuerza de cada uno y las energías que cada ciclista posea en el momento de atravesar el duro pavé. Las imágenes de ciclistas buscando el borde de la calzada para intentar esquivar en la medida de los posible el bacheteo del pavé son raigambre en el mundo del pedal.

Repasando las diez últimas ediciones del Infierno del Norte, nos encontramos con imágenes y momentos que han sido parte la historia viva de estas últimas temporadas ciclistas. En estos diez años Indurain dejo de vencer el Tour de Francia, España encontró su primer Campeón del Mundo, Pantani dio sus grandes exhibiciones en montaña, conocimos el fenómeno Armstrong... pero Roubaix estuvo allí, impasible ante el nuevo ciclismo. Las tradiciones se mantienen en Roubaix, las duchas de meta son un premio, que todo ciclista conocedor de su profesión, desea tener en su palmarés tanto como cualquier trofeo que hay orgullosamente expuesto en su vitrina. El trozo de adoquín que consigue el ganador es sin duda uno de los más preciados bienes materiales que ese corredor guardará después de dejar la práctica de este deporte.

En 1996 asistimos a uno de los momentos más memorables de las últimas ediciones de esta clásica. El todopoderosos Mapei de Patrick Lefévere situaba a sus tres mejores hombres, Johan Museeuw, Andrea Tafi y Gianluca Bortolami, como cabeza de carrera a falta de los últimos tramos. La victoria era suya, ahora tocaba elegir quien sería el vencedor de la carrera. Museeuw ya era toda una institución en Bélgica, el más veterano de los tres, pero aún no había conseguido la victoria en Roubaix. Tafi era un bravo corredor italiano que empezaba a dar señales de su calidad en las clásicas y Bortolami estaba llevando una buena temporada que le llevaría al podio de Roubaix. La prensa italiana no perdonaría que un equipo de casa dejara ganar a un belga por delante de sus dos compatriotas... finalmente venció Museeuw, logrando la primera de sus tres victorias en el Velódromo. Andrea Tafi no comprendió entonces que no pudiera luchar por la victoria aquel día. Tardó exactamente tres años en comprenderlo, cuando el italiano consiguió su única victoria en esta carrera y declaró nada más ganar que entendía entonces porqué Johan Museeuw debía ser el vencedor en 1996. Ese año Mapei volvió a copar el podio, con Wilfred Peeters y Tom Steels al lado de Tafi. Su director entonces, Patrick Lefévere, es el que mejor conoce y prepara esta prueba.

Pero Roubaix también nos depara sorpresas. En 1997 el desconocido francés Frederic Guesdon lograba su mejor victoria como ciclista profesional siendo un corredor con tan sólo un par de temporadas en el campo profesional. Guesdon estaba dirigido por el francés Marc Madiot, que como corredor había vencido la carrera en 1985 y 1991. Las victorias pues venían cada seís años para este director, por eso en meta declaraba que él si esperaba la victoria, ya que cada seís años le tocaba saborear las mieles del triunfo en el Velódromo. Es más, en 1979 Marc Madiot logró vencer en la París Roubaix para aficionados, por lo que su teoría quedaba más que demostrada.

En 2001 el vencedor fue el corredor del Domo, también dirigido por Lefévere, Servais Knaven, un gregario de Johan Museeuw y Wilfred Peeters que aprovechó la vigilancia que el resto de favoritos imponía a sus líderes para escaparse y vencer en solitario en la meta.

En el año 2002 vivimos la tercera y última victoria de Johan Museeuw. Aquel día descubríamos a un joven Tom Boonen que fue tercero en meta siendo un neoprofesional de apenas veinte años.El entonces corredor de Us Postal, sorprendió a propios y extraños con una formidable carrera que le aupó hasta el podio de Roubaix. Es posible que ese día asistieramos al relevo generacional entre el gran Johan y Tom Boonen, vencedor el año pasado y máximo favorito en esta edición. Como no podía ser de otro modo, Tom Boonen corre en Quick Step, el sucesor de Domo, dirigido por Patrick Lefévere.

La última sopresa llegó en 2004, cuando los pinchazos de los favoritos en las últimas zonas de pavé hicieron que se presentaran en meta cuatro corredores que a priori no entraban en la terna de favoritos. El joven suizo Fabian Cancellara, otro de los favoritos para esta edición, el sueco Magnus Backstedt, el británico Roger Hammond y el holandés Tristan Hoffman se jugaron la carrera en un sprint llenó de fuerza que venció el gigante sueco por delante de Hoffman.

En esta nueva edición se recupera el mítico Foret de Aremberg, que no se pasó en 2005 debido a su precario estado y al peligro que podían correr los ciclistas en él. Ha sido restaurado y de nuevo volverá a ser juez de esta carrera. El espectáculo estará asegurado, los favoritos están prestos, el infierno espera a los ciclistas.

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